El Foro Económico Mundial nos eligió para ser parte de su red global de jóvenes menores de 30 años: ”excepcionales en su potencial, sus logros y su motivación para contribuir positivamente en sus comunidades”.
Con libertad de acción y financiado de manera independiente, cada año decidimos en qué proyectos queremos involucrarnos. Generalmente participamos en cosas que tengan efecto a nivel local pero puedan escalar a nivel global y que tengan siempre un impacto social.
Creemos en la libertad. Creemos en superar a nuestros maestros. En hacer mejor las cosas. Creemos en cuidar de otros seres humanos. En empoderar a las personas. Creemos en la transparencia y la responsabilidad. Creemos que la educación y el conocimiento nos hacen libres. Creemos en la solidaridad. En los principios morales y éticos. Creemos en respetar nuestra herencia. Nuestro entorno. El medio ambiente. El mundo en que vivimos. Creemos en la inspiración. En el arte. En las historias. Creemos en el buen periodismo. En los políticos honestos. En líderes talentosos. Creemos en tomar partido y hacer de este montón de idealistas e ingenuas afirmaciones algo real. En hacer en lugar de decir.
Nacimos durante los 80 y 90 y, debido a ese afán por ponerle etiquetas a cada generación, nos denominaron millennials. De pronto teníamos una lista de reglas que seguir y un montón de clichés en los que convertirnos: la generación perdida, la generación YO YO YO, los inútiles chicos de la red. Y es cierto que la televisión primero y los ordenadores después transformaron la forma en que vemos el mundo. Y también que nuestros valores ya no son los mismos valores de nuestros padres. Pero hay una razón clara para eso: la sabiduría expira. Al contrario que la información y el conocimiento, que puede almacenarse en libros y servidores, la sabiduría pertenece a cada generación. Cuando éramos jóvenes pensamos que ya no teníamos nada por lo que pelear. Que seríamos personas aburridas y acomodadas tal y como estábamos en casa de nuestros padres. En lugar de eso, fuimos despertados en shock una mañana viendo como el World Trade Center se derrumbaba ante nuestros ojos. Los mismos ojos que vieron como internet se convertía en la herramienta más poderosa que ninguna otra generación hubiera tenido antes. Los mismos que vieron en tiempo real una de las mayores crisis económicas de la historia de la humanidad, rebeliones populares alrededor del mundo, sistemas políticos, económicos y educativos que ya no servían,
medios de comunicación masivos siendo cuestionados desde sus cimientos. En definitiva, la mayor cantidad de cambios en la sociedad que generación alguna hubiera vivido con anterioridad. Es por eso que algunos de nosotros decidimos dar un paso al frente. Coger esa herramienta que nos había dado la oportunidad de tener más conocimiento e información que nunca antes y comunicarnos con nuestros iguales alrededor del mundo. Y usarla para crear nuestra propia sabiduría. La sabiduría de nuestra generación. Y enfrentarnos a todos esos cambios que de pronto teníamos enfrente, lejos, muy lejos de ese confortable camino de baldosas amarillas que habían predicho para nosotros. Muchos de nosotros decidimos apasionarnos por nuestras ideas. Tener opiniones fuertes y formadas. Ser optimistas a pesar de todo. Pero sobre todo asumir responsabilidades. Ser hacedores en lugar de charlatanes. Intentar cosas imposibles y conseguirlas. Porque como dijo John F. Kennedy una vez (lo sentimos Mr President, vamos a robarle esta frase): "Tenemos el poder de convertir ésta en la mejor generación de la historia de la humanidad… o de convertirla en la última." Y nosotros elegimos lo primero.
